lunes, 15 de agosto de 2011

De las vacaciones


Hoy doy por finalizadas mis vacaciones. No es que tenga que incorporarme mañana a las clases, no. Sencillamente es que después de unos cuántos días de casi (siempre alguna vocecilla interna se acaba colando aunque uno se apresure a callarla) total desconexión con cualquier pensamiento referente a la escuela y todo lo que la envuelve han llegado a su fin. Mi mente amparada en el olvido voluntario ha podido por fin triar, triturar, diluir, procesar, olvidar y reconstruir todo lo necesario para volver a estar en óptimas condiciones para el desempeño de mis obligaciones para con mis alumnos. Reparado y recién estrenado, así me siento.

En días como los de hoy me es inevitable recordar lo que fueron parte de mis veranos durante un lustro poco más o menos. Quizás fuera por las condiciones propicias o el azar, o un no del todo consciente
know how o quizás por un poco de todo a la vez; pero lo cierto es que bien pronto aprendí a descansar, a descansar pero de verdad.

Alrededor del uno de agosto, como si de un ritual se tratara, mi tía-abuela llamaba a mis padres preguntándoles si no pensaban mandarme al pueblo con ella unos días para que descansáramos todos un poco de todos (¡Mira que era sabia!)... Aunque yo hoy por hoy no lo recuerde, parece ser que al principio, los primeros años, no me hacía mucha gracia ir. Sin embargo, con aquel tiempo ya extinguido, sí que recuerdo perfectamente el inmenso bien que me hacían aquellos días en diversas facetas de mi vida y cómo acabé esperándolos durante todo el año.

La oferta de mi tía era bien sencilla. Sólo me pedía que hiciera la cama antes de irme, el resto del día era mío. Me cedía el "terrao" (lo que hoy llamaríamos buhardilla) en el que habilitó una cama y un escritorio, por que según ella si me parecía a su hermano (mi abuelo), querría tener un lugar donde apoyarme para escribir. Conseguía una bicicleta para asegurar mi independencia de movimiento y me daba unas llaves con la promesa renovada año tras año de que haría un buen uso de ellas.
Yo me llevaba una mochila bien cargada, pero no de ropa precisamente. Entre media docena de libros (de los que acaba leyendo tres o cuatro) llevaba dos mudas de bañador y camiseta, un vaquero y dos camisas "para salir", efectos de aseo y una radio.Si llevaba algo más no lo recuerdo.
Los días transcurrían entre horas y horas de lectura debajo de algún pino, paseos en bici, baños en la piscina municipal, conversaciones con amigos que nos veíamos de año en año y de los que no sabías absolutamente nada durante once meses (sí, sobrevivía nuestra amistad a pesar de no tener Facebook...;) ); el desenfreno de los cuatro días de Fiestas Patronales solían poner punto y final al periplo anual.

Después de algo menos de quince días allí,me parecía haber estado toda mi vida.
El paréntesis con lo cotidiano era tan marcado, que cuando bajaba del autobús, ya una vez de vuelta, todo me parecía nuevo. Y creo que de eso se tratan las vacaciones: lejos de ser una huída o una negación, es un medio o una oportunidad para reenamorarse de lo cotidiano a partir de su absoluta ausencia programada.

Desde entonces muchísimas cosas han cambiado en mi vida; y aunque con la mente regreso muchas veces, es imposible volver allí. Lo que sí puedo y hago es poner en práctica el concepto de vacaciones que caló en mí durante un aprendizaje que duró cinco o seis veranos.


Todavía me queda esta tarde...Pero a partir de mañana dejaré que mi mente vuelva a proyectar.

P.D La foto que acompaña el texto es la portada de la primera edición de bolsillo publicada por Avance en España del imprescindible título "Gramática de la Fantasía" de Gianni Rodari (una joya para nostálgicos). Fue uno de los libros que leí el último verano en el pueblo; fue el verano de 1995. Este año he vuelto a leerlo y sigue siendo muy, muy recomendable. Si no lo conoces, no dudes en hacerte con uno.
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