viernes, 23 de octubre de 2009

Príncipes y princesas


Una nueva manera de entender el cultivo de jardines

En el seno de la jungla de asfalto, aluminio y caravista se eleva el enorme principado que conforman las generaciones del segundo milenio.
Cientos de miles de pequeños príncipes y princesas se educan en un antinatural almíbar preparado con esmero desde las distincias cocinas de palacio.
No se sabe muy bien en qué momento histórico sucedió, pero lo cierto es que fue así: un día el buen criterio del sentido común de las familias se esfumó y sumió a lo más pequeños del hogar a la monótona rutina de la vida edulcorada... y sus consecuencias.

De cómo es la vida principesca

La principal característica de este estilo relacional familiar es evitar toda forma de dolor a los príncipes de la casa. Esta propiedad toma varias formas:

Por exceso o saturación. El píncipe de la casa tiene así como diez veces más de lo que necesita; no sea que vaya a echar algo en falta. Al final, entre tanta abundancia crece pensando que el mundo le pertenece y a la fin y a la postre acaba por no valorar nada; total siempre estuvo ahí, incluso antes de ni tan siquiera desearlo.

Por sobreprotección extrema, o lo que es lo mismo, toda actitud está justificada, todo reto es allanado y toda responsabilidad llega años después de lo que la competencia evolutiva del pequeño coronado le permite. Al final, el príncipe de la casa es rey antes de hora: el rey de los brazos caídos, el desorden existencial y la incompetencia más absoluta. Anótense como ingredientes perfectos para la creación de un magnífico tirano posterior.

Por distracción en sesión contínua. Consume televisión sin dosificar. Juega, come, se viste e incluso duerme delante de la caja tonta. Después papá y mamá se extrañan, cuando en el cole le dicen que se ha detectado un significativo déficit de atención en su pequeño vástago. El príncipe se convierte así en el pequeño rey pasmado.

Por ausencia de límites. Ante el más mínimo temor de que el pequeño príncipe se sienta mínimamente frustrado, mamá y papá adecuan todo a él: su entorno, su lenguaje, sus hábitos, su sentido de la norma ( a la carta y según mercado :) ) etc... Al final, el pobre se acaba creyendo que ancha es Castilla y que todo el monte es orégano.
Sería perfecto, si no fuera porque al final la vida se encarga de enseñarle de "otra manera" que Castilla no es tan ancha y que en la variedad del encuentro está el gusto en el monte. Sufrirá lo que sus padres con buena fe le ahorraron y tendrá que pagar los intereses de un aplazamiento que no solicitó.

Resumiendo: Saturación + Sobreprotección + Distracción + Límites difusos o inexistententes = Príncipe o princesa del s. XXI

La paradoja

Papá y mamá con o sin el empujoncito de los abuelitos, optaron consciente o inconscientemente por este estilo educativo para sus hijos, con la noble intención de ver crecer a su retoño feliz como una perdiz y compensar las horas que no se ven por cuestiones laborales. Paradójicamente, están logrando todo lo contrario. ¿O a caso alguien por pequeño que sea puede ser feliz cuando descubre su total incopetencia ligada a su total dependencia?... el resto de preguntas son fáciles de imaginar, la respuesta también.

La/s/ solución/es/

Sencillas.Asumir el papel de padres y madres en toda su dimensión y alejados del prototipo que nos vende la corriente progre chic.No tener miedo de enfrentar a nuestros hijos tanto al éxito como al fracaso. Saber mantener un NO a tiempo. Dejarles enfrentarse a las consecuencias de sus propios actos. Ganar tiempo exigiéndoles autonomía en el quehacer diario. Proponerles un mundo de ocio al margen de la televisión y/o los videojuegos. Enseñandoles a valorar lo que tienen y favorecer actitudes solidarias con los que no tienen tanta suerte.Entender y asumir que más que nuestros propios hijos, son hijos de la vida y que la vida por suerte o por desgracia no está hecha para príncipes o princesas.

BFDS, te lo mereces ;)

2 comentarios:

  1. Magnífica reflexión. Gracias por compartirla. Tomo buena nota para mis futuros descendientes. :D

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  2. Me sumo a los dos primeros puntos de Adrián. Me ha gustado tu reflexión y te agradezco el haberla compartido.
    Supongo que a todo esto se le añade una dificultad: ese mar de inconsciencia en el los adultos muchas veces estamos inmersos. Así que abramos bien los ojos y dejemos que otros nos alumbren acerca de cómo son nuestros hijos... No vaya ser que, sin saberlo, estemos protagonizando otro cuento: el de "La Bella Durmiente" ;).

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