miércoles, 17 de febrero de 2010

La escuela de padres


A nadie se le ocurre ponerse unas botellas y tirarse a 20m de profundidad sin hacer un curso.

Desde conducir vehículos hasta manipular alimentos exige la obtención de una licencia. Muchas actividades si queremos realizarlas bien exigen una formación mínima, de mínimos indispensables.
Sin embargo, cuando uno decide ser padre, nadie viene a asegurarse de que tiene los conocimientos básicos para emprender esta aventura preciosa, enriquecedora y difícil a partes iguales.Es más, aunque uno mismo perciba desde el principio sus carencias e inseguridades ante tan enorme y crucial labor, no encontrará quien le oferte sus servicios de ayuda especializada (parent management que diría alguno) hasta la llegada al primer centro escolar (guarderias incluídas of course) del pequeño. Son los años de la bibliografía, no en vano un altísimo porcentaje de padres compran todos los libros que poseen de educación en los primeros 24 meses de su primer hijo. Durante este período la pareja mientras lee y comenta con amigos en su misma situación, va albergando dudas sobre sus actuaciones, frustraciones ante actitudes de su "bebé" y voluntad de cambio o mejora. Es quizás el mejor momento para recibir la oferta de una escuela para padres y no es casualidad de que empiece a ser así.

A mi entender, las escuelas de padres dentro de las escuelas donde acuden sus hijos son fundamentales. Representan un impulso nuevo, un motor de acción potente para superar las pendientes a las que nos enfrentamos en la labor de educar al futuro de la sociedad.
Es una oportunidad que ninguna familia debería desaprovechar y un servicio que todo centro debería ofertar.

Son en primer lugar y ante todo un lugar de encuentro privilegiado para que familia y escuela estén en permanente contacto.Son una oportunidad para el diálogo fluído, donde ambas partes puedan exponer inquietudes, opiniones, sugerencias e inculso quejas en tono distendido. Además, como el roce hace el cariño, las relaciones interpersonales pueden alcanzar un grado óptimo (importante: sin transgredir las fronteras propias del rol) donde algunas informaciones a priori espinosas puedan comunicarse con mayor fluidez, y lo más importante: con mayor eficacia al ser mejor recibidas.

Las escuelas de padres deberían ser aunténticas tribunas donde las familias cuenten sus experiencias y dificultades, encontrando en ese diálogo apoyo y soluciones.
Las sesiones, bien planificadas con objetivos concretos en un amplio itinerario, deberían también ser ricas en contenidos, coherentes con el ideario del centro o su corriente pedagógica y esquivas con la tentación de caer en la complacencia o el relativismo.

Aunque se han dado pasos, las escuelas de padres en centros públicos y privados son una asignatura pendiente, un territorio por explorar con mucho por hacer; por lo menos en lo que respecta a su popularización y alcance. Estoy convencido de que si se pudieran desarrollar con fondos específicos, si de verdad estuviesen integradas en nuestros organigramas y atendidas por personal especializado, se daría un paso de gigantes en la educación de los más pequeños de la sociedad e incluso en la lucha contra el fracaso escolar y personal.

No hay viento favorable para el que no sabe a qué punto se dirige

Arthur Schopenhauer


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