domingo, 11 de diciembre de 2011

Otro error mayor


Es bien sabido que la memoria juega malas pasadas. Dicen de ella que es selectiva, autónoma e imprescindible. Yo añado que es a ratos caprichosa, por momentos injusta, y a veces cruel con su dueño. Si un hecho puede ser traumático en su suceso, la memoria es la encargada del ensañamiento a corto y medio plazo, y del tormento con el paso de los años. Y es así como la memoria, normalmente a nuestro servicio, en ocasiones se erige como una de nuestras peores enemigas, empujándonos hacia bucles de error casi diabólicos.

En materia educativa y salvando la distancia pasa un poco lo mismo. No es infrecuente encontrar progenitores que aún siendo conscientes de lo años transcurridos, son incapaces de ordenar -en el sentido literal de la palabra- los distintos filtros en consonancia con la distintas cortezas de madurez vividas. Me explico. Muchos padres tratan a sus hijos tal y como les hubiera gustado que les tratasen a ellos en su día. Eso sería estupendo si no fuera porque se situan en cómo ellos creen que recuerdan que les hubiera gustado que les tratasen en sus años adolescentes o cercanos a estos. Es un error mayor. Es un error devastador como el que nos ocupaba hace unas semanas (el padre que quiere ser amigo por encima de todo).

Partir de esta premisa tiene consecuencias inmediatas: moldea día a día el que llamaremos niño sobreescuchado, que para mala noticia de sus padres irá acumulando una serie de handicaps para su vida tan nocivos como el niño poco escuchado. La impertinencia espera a la vuelta de la esquina.
Tampoco es infrecuente encontrar en familias que funcionan bajos los efectos de este recuerdo una autoridad familiar desdibujada o inexistente. Sin autoridad en los primeros años de vida, no hay límites, sin límites no hay proceso educativo alguno, sin proyecto educativo para un hijo sólo queda cerrar los ojos y encomendarse a la Milagrosa.Triste terminar así cualquier aventura.
Y por último, y desde mi observación, he podido comprobar cómo acaban siendo niños apáticos y desmotivados. Es normal. Les han permitido quemar etapas y consumir todo tipo de contenidos hasta esquilmar toda posibilidad de novedad y/o aliciente. Es lo que tiene vivir deprisa cuando se es niño... que no te dejan serlo; que te privan de tu jardín de los años de la inocencia. Y eso, por desgracia, no sale gratis.


¿Y tú, te has preguntado si la memoria no te la está jugando con tus hijos?


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